Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo LXXVI


Que trata de la llegada al valle de Jaquijaguana y de cómo se rompió Gonzalo Pizarro

Jueves, ocho días andados del mes de abril del año de nuestro Salvador de mil y quinientos y cuarenta y ocho, acabó de subir todo el campo de Su Majestad a lo alto de la cuesta, donde reposó dos días, teniendo el campo de Gonzalo Pizarro cinco leguas adelante. Estaba en un sitio que hallaron a su propósito en el valle de Jaquijaguana, que está del Cuzco cuatro leguas, de suerte que está el Cuzco de donde estaba sitiado el campo de Su Majestad nueve leguas. Y así en la mitad del camino estaba Gonzalo Pizarro con su campo.

Pasados dos días caminó el ejército de Su Majestad adelante... dos leguas. Y otro día siguiente por la mañana mandó el coronel Valdivia a todos los sargentos, que formado el escuadrón, estuviesen quedos y seguros, que no marchasen. Luego mandó salir corredores del campo, e cuando aclaró el día subieron el un campo al otro. Pues dada la orden que convenía, fue el coronel y el mariscal Alonso Alvarado hasta donde estaban los corredores, que era cerca del campo de los enemigos, y con ellos trabó escaramuza. Y fue tal que los hizo retirar.

Y de esta forma allegaron el coronel Valdivia y el mariscal hasta ver dónde estaba sitiado Gonzalo Pizarro con su campo. Juntamente con esto vieron el sitio que les convenía tomar para el campo de Su Majestad. Pues ya visto lo uno y lo otro, dijo el coronel al mariscal que volviesen por el campo, aunque era tarde, porque convenía traerlo esta noche allí a lo llano de este valle, "para que en la mañana demos en los enemigos y hacerlos levantar de donde están".

Dichas estas palabras caminaron los dos, el coronel y el mariscal, y fueron a lo alto de la loma y levantaron el campo que estaba alonjado, y lo llevaron al sitio que había visto. Y puesto allí, mandó el coronel que estuviese toda la noche en escuadrón, como había venido marchando, y que allí les trajesen de comer, sin ir ninguno a su toldo. Y de esta suerte pasaron toda la noche. Y el coronel y el mariscal no se apearon, mirando el escuadrón y rondas y centinelas, y visitando las órdenes cómo estaban sitiadas, animando y connortándoles a todos, dándoles a entender cuán justa y santa demanda llevaban, que era defender la honra de su príncipe y punar y morir por ella. Rendida la prima, ya casi pasada media noche, apercibió el coronel cuatro compañías de arcabuceros y mandóles que estuviesen a punto cuando los llamase. Pues ya rendido el segundo cuarto, envió el coronel al capitán Pardavel con cincuenta arcabuceros para que trabase escaramuza con los enemigos por la parte de nuestra retaguardia. Y ansí fue.

El coronel y el mariscal, después de haber oído misa, dieron parte al presidente de lo que habían de hacer. Y mandó el coronel que saliesen con él cuatrocientos arcabuceros, y luego pasado media hora marchase el artillería hacia el campo de los adversos. Allegó el capitán Gerónimo de Alderete con cuatro tiros de campo y tras él venía el campo marchando, el cual mandó el coronel asentar en medio de una loma. Y como el coronel vido junto a sí las cuatro piezas de artillería, mandó a los artilleros las asestasen, y mandó a un artillero que tirase a una tienda grande, la cual era de Gonzalo Pizarro. Disparada la pieza de artillería, derribó la tienda y mató a un paje, el cual estaba armando a Gonzalo Pizarro. Visto la gente contraria el daño que se le hacía, cada uno percuraba escapar la vida, unos con pasarse a Su Majestad, y otros con irse a esconder. Y de esta suerte se desbarataron y fue preso Gonzalo Pizarro y muchos de sus capitanes.